Nos conocimos en una época en la que yo vivía con mucho miedo e incertidumbre. El proyecto todavía no había nacido y tanto Gema como yo batallábamos día a día para que el sueño se produjese. Hablábamos con cada familia y posibles alumnos sobre nuestro plan para Vento y sobre nuestra metodología. Ahora mismo no sé si alguien se llegó a percatar del miedo que yo tenía por esa época a mi propia incompetencia.

Entraste con una sonrisa imponente. Tu pañuelo te delató de inmediato. Como imagino que toda persona hace cuando conoce alguien que muestra apariencia de sufrir la terrible enfermedad, me esforcé para que no se notara que me había dado cuenta. Durante unos instantes sentí esa punzada de condescendencia  o lástima, como se le quiera llamar, y de inmediato me centré en atenderte y en el trabajo.

Te acompañaban dos ángeles. Dos niñas preciosas de piel blanca que parece estar esculpida en porcelana, pelo castaño rojizo Clara y Amaya con el pelo un poco más oscuro quizá…no recuerdo muy bien ahora. Las dos tienen unos ojos azules con una mirada transparente, como su alma. Tenían una mirada curiosa, pícara (sobre todo Clara) e inocente.

Recuerdo el momento exacto en el que nos dijiste que Amaya quería tocar el piano y ella asintió. También cuando se enteró que una amiga suya, Karlotta, iba a ser su compañera de clase en música y cómo se le iluminó la cara de alegría. Porque Amaya es así, clara y transparente como el agua de un arroyo poco profundo. Clara es pura energía y así lo demostró cuando le dimos a probar nuestra trompeta “pocket”. La hizo sonar a la primera con una fuerza muy poco común a su edad.

Empezamos a explicarte en qué consistía nuestra metodología, con todo el guion memorizado, y me sorprendió cómo decías a todo que te parecía bien. No pusiste pegas a nada. Aquello me tranquilizó muchísimo. No sólo por el hecho de que me ahorraba el luchar contra el escepticismo sino que me transmitiste mucha paz y tranquilidad. Querías descubrir. Querías salir de tu zona de confort, experimentar, pero sobre todo (y después de este tiempo creo que me he dado cuenta) querías compartir momentos con tus niñas. Vi cómo las mirabas y la condescendencia inicial se convirtió en envidia sana. Estabas atesorando cada momento.

Y así empezó mi aventura con vosotras.

Recuerdo esas primeras clases. Tu mirada siempre atenta. Siempre con avidez de descubrimiento. Practicabas como la que más. Tenías una humildad para asumir los errores o los aspectos que te costaba aprender que aún hoy me dejan alucinado. Era todo muy natural. Muy fluido. No es que fueras una alumna brillante en cuanto a dotes musicales, todo hay que decirlo, pero eras extraordinaria en cuanto a pasión y entrega. Recuerdo cómo te cogía el brazo para ayudarte con el compás y de inmediato lo apartabas. No por repulsa sino por ganas de probar lo aprendido. Recuerdo tu “frustración sana” cuando se te trababa la lengua leyendo las canciones. Tu sonrisa cuando te dabas cuenta de que ibas al revés con el brazo cantando la canción.

Siempre la sonrisa.

La sonrisa cuando un niño o niña se ponía pesado preguntando algo que no tenía que ver con la clase. Tu sonrisa cuando Jesús se quedaba medio dormido en clase. Tu sonrisa cuando Amaya le organizaba las partituras a Jesús. Tu sonrisa cuando entrabas muy nerviosa a los exámenes y te temblaba la voz. Tu sonrisa cuando te dabas cuenta de que habías perdido la entonación y empezaba a sonar a rayos. Tu sonrisa cuando veías a tus niñas subidas al escenario. Tu sonrisa cuando te temblaban las manos en las audiciones. Tu sonrisa, natural y fluida. Son forzar. Sin miedo.

Eso es lo más me ha asombrado de ti. Imagino que tuviste que pasar muchos momentos de miedo pero jamás dejaste que te paralizara. Viviste con una valentía  admirable. Viviste luchando contra la adversidad con tu sonrisa y tu alegría. Y nos la contagiaste.

Contigo he aprendido una de las lecciones más valiosas de mi vida. Cada uno es libre de buscar la felicidad de la forma que quiera. Pero tiene que buscarla. No viene y te toca a la puerta de casa. Hay que salir, experimentar, atreverse, vencer el miedo, afrontar la adversidad con tu mejor sonrisa y, sobre todo, jamás vivir como si la vida nunca fuera a acabar.

Bea.

Valentía. Alegría. Fuerza. Te echaremos mucho de menos. Gracias por haber entrado en nuestras vidas.

 

Cómo dijiste en uno de tus últimos mensajes que todavía tengo en mi teléfono,

 

Fluye…

 

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